Desde Nara cogimos un tren a Kyoto, llegando por la tarde, a la hora a la que la mayoría de los templos cierran, aunque hay una excepción, un santuario de obligada visita, el Fushimi-Inari-Taisha (cierra al anochecer). La entrada al santuario se encuentra nada más salir de la estación de Inari, en la línea JR Nara y a solo dos paradas de la estación central de Kyoto, algunos trenes desde Nara también paran allí.
El santuario se extiende por toda la montaña Inari-san, que no es muy alta (220m), para los shintoistas, Inari es el Dios (kami) del arroz y del sake, aunque también se le ha dado el papel de protector de los negocios, y por eso es muy popular. Este es mayor de los alrededor de 30.000 santuarios dedicados a Inari en todo el país. Los caminos que surcan la subida están acompañados de miles de torii, muchas costeadas por comerciantes y empresas de todo tipo. Por un lado todas las puertas son iguales, pero por el otro llevan inscripciones. Hay varios senderos que van atravesando pequeños santuarios en los que veras decenas de estatuas de zorros, que son el mensajero de Inari. Este lugar tiene muchísimo encanto, a nosotros nos fascinó y pasamos casi dos horas recorriéndolo, aunque el día estaba siendo extremadamente caluroso y acabamos agotados.
De nuevo cogimos el tren en Inari para volver a nuestro alojamiento, donde descansamos y solo Pablo y yo tuvimos fuerzas para dar una vuelta por el centro, y entrar a un restaurante en una galería comercial, de nuevo un restaurante de okonomiyaki, aunque está vez pedimos yakisoba, nos pusieron en abundancia, y realmente delicioso. Comentaré aquí que cuando digo “comimos”, siempre me refiero a Pablo y a mí, si hubiesemos viajado solo Lolo y yo, que fue el plan original hasta que Pablo se apuntó in extremis tendría que hablar siempre en singular para estos momentos, pues Lolo no probó la comida japonesa en todo el viaje. Su alimentación consistía en un menú Big Mac al día, helados del propio McDonalds o quizás unas galletas Oreo y unos Kit Kat de un combini. No quiso ni probar de nuestra comida, según él, cuando has probado el summum de la gastronomía mundial (el Big Mac), no tiene sentido seguir probando más cosas. En fin, aunque le insistiéramos en que probara el ramen o cualquier otra delicia japonesa, solo rompió una vez su estricta dieta, comiendo un bol de arroz pequeño y soso.
Tras cenar Pablo y yo, volvimos a dar un paseo por Pontocho y Gion, que por la noche es bastante agradable, al igual que las vistas al Kamo-gawa. Sin muchas fuerzas más, volvimos para dormir, nos esperaba un duro y último día en Kyoto.
1 comentario:
Jajaja, me parto con la explicación de Lolo a la hora de comer xDDDD
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