Como el ryokan nos ha encantado, decidimos pasar otra noche más aquí (esta vez solo alojamiento), y hacer alguna excursión. El desayuno incluido del ryokan (la noche anterior nos preguntó a que hora lo querríamos, y lo teniamos preparado puntualmente) trae verduras, tortilla, un bloque de tofu, algas nori, arroz en la cantidad que quieras y té verde.
Cargamos nuestras energías para empezar la ascensión al Kompira-san, probablemente el templo más visitado de Shikoku que no está dentro de la Ruta de los 88 templos, de la que hablaré más tarde.
Este fue un templo budista y shintoísta, mezclando las dos religiones, como otros muchos templos japoneses, y está dedicado al Guardián de los Navegantes (algo curioso para un pueblo sin mar). Para llegar al santuario principal hay que subir 768 escalones, esta subida está salpicada de pequeños y no tan pequeños santuarios, y es bastante agradable, en el santuario principal hay ofrendas de marineros (pinturas, maquetas, y hasta un velero solar que dio la vuelta al mundo), y unas buenas vistas. Hasta aquí llegan la mayoría de turistas (solo vimos turismo japonés, éramos los únicos gaijins), pero si tienes espíritu aventurero, puedes subir hasta un total de 1.368 escalones, llegando a través del monte al santuario interior, desde el que hay mejores vistas aún, y al parecer, una serie de tallas de piedra en un acantilado (nosotros llegamos tan extenuados que se nos olvidó buscarlas). Aquí solo encontramos a un solitario monje, fueron pocas las personas con las que nos cruzamos al bajar de nuevo al santuario principal.
Nuestra guía decía que cuando le comentas a un japonés que has subido al Kompira-san, debes de exagerar lo duro que fue subir tantos escalones, aunque salvo que lo hagas en pleno verano como nosotros, la subida no es tan dura. Bajamos hasta la pequeña estación de tren de Kotohira, por donde no pasarán los shinkansen, pero si trenecillos cachondos, y nos dirigimos a Takamatsu.